SURREALISMO: sustantivo masculino. Automatismo psíquico puro
por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o por cualquier
otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del
pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda
preocupación estética o moral. (André Bretón)
Dedo Gordo, 1929 - Jacques-André Boiffard |
El encuadre desvincula el dedo del cuerpo humano. El fondo negro mantiene fuera de contexto el objeto, el dedo contiene su propio simbolismo (deseo). La ampliación de los elementos del dedo (piel, arrugas. pelos, uña) provoca en el espectador una sensación desagradable, de repugnancia. Esa situación de repulsa que provoca ese dedo se relaciona con el atractivo sexual de la imagen.
Para el surrealismo el mundo está lleno de opuestos, de dicotomías : "Experiencia interior - Realidad exterior" "Realidad - Fantasía" "Sociedad _ Arte" "Libertad individual - Libertad social" "Masculino - Femenino" "Vigilia - Sueño".
"Dedo Gordo" de André Boiffard acompañó el siguiente artículo del mismo título publicado por Georges Bataille
"El dedo gordo del pie es la parte más humana del cuerpo
humano, en el sentido de que ningún otro elemento del cuerpo se diferencia
tanto del elemento correspondiente del mono antropoide (chimpancé, gorila,
orangután o gibón). Lo que obedece al hecho de que el mono es arborícola,
mientras que el hombre se desplaza por el suelo sin colgarse de las ramas,
habiéndose convertido él mismo en un árbol, es decir, levantándose derecho en
el aire como un árbol, y tanto más hermoso en la medida en que su erección es
correcta. De modo que la función del pie humano consiste en darle un asiento
firme a esa erección de la que el hombre está tan orgulloso (el dedo gordo deja
de servir para la prensión eventual de las ramas y se aplica al suelo en el
mismo plano que los demás dedos).
Pero cualquiera que sea el papel desempeñado en la erección
por su pie, el hombre, que tiene la cabeza ligera, es decir, elevada hacia el
ciclo y las cosas del cielo, lo mira como un escupitajo so pretexto de que pone
ese pie en el barro.
Aun cuando dentro del cuerpo la sangre fluye en igual
cantidad de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, se ha tomado el
partido de lo que se eleva y la vida humana es considerada erróneamente como
una elevación. La división del universo en infierno subterráneo y en cielo
completamente puro es una concepción indeleble. El barro y las tinieblas son
los principios del mal del mismo modo que la luz y el espacio celeste son los
principios del bien: con los pies en el barro pero con la cabeza cerca de la
luz, los hombres imaginan obstinadamente un flujo que los eleva sin retorno en
el espacio puro. La vida humana implica de hecho la rabia de ver que se trata
de un movimiento de ida y vuelta, de la basura al ideal y del ideal a la
basura, una rabia que resulta fácil dirigir hacia un órgano tan bajo como un
pie.
El pie humano es sometido generalmente a suplicios
grotescos que lo vuelven deforme y raquítico. Es imbécilmente destinado a los
callos, a las durezas y a los juanetes; y si sólo tenemos en cuenta costumbres
que están en vías de desaparecer, a la suciedad más repugnante: la expresión
campesina "tiene las manos tan sucias como los pies", que ya no es
válida hoy para toda la colectividad humana, lo era en el siglo XVII.
El secreto espanto que le provoca al hombre su pie es una de
las explicaciones de la tendencia a disimular en la medida de lo posible su
longitud y su forma. Los tacos más o menos altos según el sexo le quitan al pie
una parte de su carácter bajo y plano.
Además tal inquietud se confunde frecuentemente con la
inquietud sexual, lo que es particularmente sorprendente entre los chinos
quienes, tras haber atrofiado los pies de las mujeres, los sitúan en el punto
más excesivo de sus desviaciones. El mismo marido no debe ver los pies
desnudos de su mujer y en general es incorrecto e inmoral mirar los pies de las
mujeres. Los confesores católicos, adaptándose a esa aberración, les preguntan
a sus penitentes chinos "si no han mirado los pies de las mujeres"
Idéntica aberración se da entre los turcos (turcos del
Volga, turcos del Asia Central) que consideran inmoral mostrar sus pies
desnudos e incluso se acuestan con medias.
Nada similar puede citarse con respecto a la antigüedad
clásica (aparte del uso curioso de las altas plataformas en las tragedias). Las
matronas romanas más púdicas dejaban ver constantemente sus dedos desnudos. En
cambio, el pudor del pie se desarrolló excesivamente durante los tiempos
modernos y no desapareció sino hasta el siglo XIX. Salomon Reinach expuso
ampliamente ese desarrollo en el artículo titulado "Pies púdicos"1,
insistiendo sobre el papel de España donde los pies de las mujeres fueron
objeto de la preocupación más angustiada y también causa de crímenes. El
simple hecho de dejar ver el pie calzado sobrepasando la falda era juzgado indecente.
En ningún caso era posible tocar el pie de una mujer, familiaridad excesiva que
era, salvo una excepción, más grave que ninguna otra. Por supuesto, el pie de
la reina era objeto de la prohibición más terrible. Así, según Mme. D'Aulnoy,
estando el conde de Villamediana enamorado de la reina Isabel, pensó en
provocar un incendio para tener el placer de llevarla en sus brazos: "Se
quemó casi toda la casa que valía cien mil escudos, pero él se consoló cuando
aprovechó una situación tan favorable, tomó a la soberana en sus brazos y la
cargó por una pequeña escalera. Allí le robó algunos favores y, lo que se
destacó mucho en aquel país, tocó incluso su pie. Un paje lo vio, le informó
al rey y éste se vengó matando al conde con un disparo de pistola."
Es posible ver en esas obsesiones, como lo hace Salomon
Reinach, un refinamiento progresivo del pudor que poco a poco pudo conquistar
la pantorrilla, el tobillo y el pie. Aunque en parte es fundada, esta
explicación sin embargo no es suficiente si pretendemos dar cuenta de la
hilaridad comúnmente provocada por la simple imaginación de los dedos del pie.
El juego de los caprichos y los ascos, de las necesidades y los extravíos
humanos es en efecto tal que los dedos de las manos significan las acciones
hábiles y los caracteres firmes, los dedos de los pies la torpeza y la baja
idiotez. Las vicisitudes de los órganos, la pululación de estómagos, laringes,
cerebros que atraviesan las especies animales y los innumerables individuos,
arrastran la imaginación a flujos y reflujos que no sigue de buen grado por
odio a un frenesí todavía perceptible, aunque penosamente, en las palpitaciones
sangrientas de los cuerpos. El hombre se imagina gustosamente semejante al dios
Neptuno, imponiendo con majestad el silencio a sus propias olas: y sin embargo
las olas ruidosas de las vísceras se hinchan y se vuelcan casi incesantemente,
poniendo un brusco fin a su dignidad. Ciego, tranquilo no obstante y
despreciando extrañamente su oscura bajeza, un personaje cualquiera dispuesto
a evocar en su mente las grandezas de la historia humana, por ejemplo cuando su
mirada se dirige hacia un monumento que atestigua la grandeza de su país, es
detenido en su impulso por un atroz dolor en el dedo gordo porque el más noble
de los animales tiene sin embargo callos en los pies, es decir que tiene pies y
que esos pies, independientemente de él, llevan una existencia innoble.
Los callos en los pies difieren de los dolores de cabeza y
de muelas por su bajeza, y sólo son ridículos en razón de una ignominia
explicable por el barro donde los pies se sitúan. Como por su actitud física la
especie humana se aleja tanto como puede del barro terrestre -aunque por otra
parte una risa espasmódica lleva la alegría a su culminación cada vez que su
impulso más puro termina haciendo caer en el barro su propia arrogancia- se
piensa que un dedo del pie, siempre más o menos deforme y humillante, sería
análogo psicológicamente a la caída brutal de un hombre, vale decir, a la
muerte. El aspecto repulsivamente cadavérico y al mismo tiempo llamativo y
orgulloso del dedo gordo corresponde a ese escarnio y le da una expresión
agudizada al desorden del cuerpo humano, obra de una discordia violenta de los
órganos.
La forma del dedo gordo no es sin embargo específicamente monstruosa:
en eso es diferente de otras partes del cuerpo, el interior de una boca abierta
por ejemplo. Sólo deformaciones secundarias (aunque comunes) han podido darle
a su ignominia un valor burlesco excepcional. Pero la mayoría de las veces
conviene dar cuenta de los valores burlescos por una extrema seducción. Aunque
estamos obligados a distinguir aquí categóricamente dos seducciones
radicalmente opuestas (cuya confusión habitual ocasiona los más absurdos
malentendidos de lenguaje).
Si hay un elemento seductor en un dedo gordo del pie, es
evidente que no se trata de satisfacer una aspiración elevada, por ejemplo el
gusto completamente indeleble que en la mayoría de los casos induce a preferir
las formas elegantes y correctas. Al contrario, si escogemos por ejemplo el
caso del conde de Villamediana, podemos afirmar que el placer que obtuvo al
tocar el pie de la reina estaba en relación directa con la fealdad y la
inmundicia representadas por la bajeza del pie, prácticamente por los pies más
deformes. De modo que aun suponiendo que el pie de la reina haya sido
totalmente lindo, sin embargo tomaba su encanto sacrílego de los pies deformes
y embarrados. Siendo una reina a priori un ser más ideal, más etéreo que ningún
otro, era humano hasta el desgarramiento tocar lo que en ella no difería mucho
del pie transpirado de un soldado raso. Es experimentar una seducción que se
opone radicalmente a la que causan la luz y la belleza ideal: los dos órdenes
de seducción a menudo se confunden porque nos agitamos continuamente entre uno
y otro, y dado ese movimiento de ida y vuelta, ya sea que tenga su término en
un sentido o en el otro, la seducción es tanto más intensa en la medida en que
el movimiento es más brutal.
En el caso del dedo gordo, el fetichismo clásico del pie que
culmina en el lamido de los dedos indica categóricamente que se trata de baja
seducción, lo que da cuenta de un valor burlesco que se vincula siempre más o
menos a los placeres reprobados por aquellos hombres cuyo espíritu es puro y
superficial. El sentido de este artículo parte de una insistencia en
cuestionar directa y explícitamente lo que seduce, sin tener en cuenta la
cocina poética, que en definitiva no es más que un rodeo (la mayoría de los
seres humanos son naturalmente débiles y no pueden abandonarse a sus instintos
sino en la penumbra poética). Un retorno a la realidad no implica ninguna
aceptación nueva, pero esto quiere decir que somos seducidos bajamente, sin
ocultamiento y hasta gritar, con los ojos desorbitados: así desorbitados ante
un dedo gordo."
Fuentes : Fotografía: Toda la historia (Blume)
Oscarenfotos.com
Completo informe especial sobre el tema en el siguiente enlace : Fotografía y Surrealismo- informe especial-oscarenfotos